viernes, diciembre 16, 2005

Entro en la cocina. Ella no se mueve, quizá ni siquiera se de cuenta de que estoy aquí. Sonríe mirando hacia la ventana; me gusta su pelo, largo y canoso. En la radio suena “Save the last dance for me”. Yo sólo veo en la ventana el vapor de un guiso, pero sobre el cristal bailan para ella seres de otros tiempos. La olla borbotea: un ruido apenas perceptible, termina la canción y el locutor comenta algo sobre la próxima fiesta de primavera. Me mira sin decir nada, apaga el fuego y retira con cuidado la comida; vuelve frente a la ventana. Pronto el pequeño Alex regresará del colegio, entrará a abrazarla y ella le dará un beso en la frente. Él subirá a dejar su cartera en la habitación y bajará saltando las escaleras de dos en dos para sentarse en la mesa. Las formas de la ventana se disiparán durante un rato, y la tía escuchará sin hablar las novedades de hoy. Después se quedará sentada unos minutos dando vueltas a la vieja cuchara de plata; la tetera empañará otra vez los cristales, y en la radio sonarán los Beatles mientras las figuras vuelven a bailar. Algún vecino pasará junto a la ventana y sentirá lástima al ver esa sonrisa callada al otro lado; yo sólo siento envidia porque no puedo ver a nadie danzar sobre los cristales.

jueves, noviembre 10, 2005






Verte mirar un barco,
acariciarlo con los ojos,
navegarlo;
imaginar que si pudieras saltar a él
te irías lejos, no importa solo,
hasta el lugar donde se pierde el horizonte;
te irías tal vez para no volver,
o quizá en un punto del camino
te acordases de mí
y puede incluso que regresaras,
ya cansado,
a orillarte en mis brazos
antes de partir de nuevo.
Y me pregunto
cómo sería quererte,
llenar las ausencias con tu risa
sin el temor a perder nada,
sin la prisa de llegar a ningún lugar,
sin pensarlo,
solo sentirte;
otra vez tu sonrisa,
tus ojos de agua,
tu piel tan curtida
que también es el sol.
No todos los días
me regalan violines de madrugada;
no todos los octubres
bebo el mar en unas manos.

Si me sueñas esta noche
tendré al despertar
el recuerdo en la piel de tus manos;
manos de mariñeiro,
ojos de viento.

domingo, octubre 30, 2005















Has sido transparente:
el viento a través de ti,
las conchas sobre tus pies.

Has sido transparente,
y una roca.

Los pájaros te vuelan:
has sido vacío
o solo el aire.

Tu último pensamiento,
que casi se desvanece,
quiso esperar por los siglos
un cataclismo
que se lleve esta playa,
que el mar te desborde,
que no quede nada.

Y eras casi una roca,
te volaban los pájaros
cuando un soplo de aire,
o era un sueño, vino a recordarte
que otros mares te esperan.

domingo, octubre 23, 2005

Obstinación

- En ese bolsillo no cabe nada más.- Dijo Celia.

Ernesto miró a su mujer y sintió lástima por los dos. Llevaban quince años casados y aún no le conocía.

- En este bolsillo caben muchas más cosas – Respondió, mientras trataba de guardar en él un mapa turístico.

Habían aprovechado unos días de fiesta para visitar Madrid. Bajo los soportales de la Plaza Mayor, Ernesto luchaba por meter el mapa en el bolsillo de su camisa. Era capaz de encajar en un espacio tan pequeño la cartera, un libro, las llaves de casa y el plano. Era una pena que su mujer no supiera apreciarlo; se había dado la vuelta y estaba absorta en los sombreros de un escaparate. Cuando terminó de recorrerlo se giró, pero Ernesto no estaba allí. Miró al lugar donde le había dejado luchando con el mapa, y se fijó en algo que había en el suelo. Era un abultado trozo de tela con forma rectangular, del mismo tejido que la camisa de su marido. Se agachó para recogerlo, parecía una pequeña bolsa de tela. Cuando lo tuvo en la mano, escuchó una voz. Miró de nuevo a los lados buscando a su esposo, hasta que comprobó que la voz venía del fondo de la bolsa. Echó un vistazo al interior, pero sólo pudo ver un montón de papeles, libros y parte del llavero. Se lo acercó a la oreja para escuchar mejor la voz:

- ¿Celia, eres tú? ¿Estaba guardando el mapa cuando algo tiró de mí hacia el interior de la camisa. Celia, por Dios, ¿dónde estoy? ¡Sácame de aquí!

- Te dije que en ese bolsillo no cabía nada más.- Vocalizó satisfecha su mujer. – A partir de ahora tendrás que hacerme más caso.

Celia guardó la tela en su bolso, junto al libro de magia que le había prestado una buena amiga, y entró en la tienda a preguntar por un sombrero de fieltro.

En recuerdo de Maria-Mercé Marçal

© Herederas de Maria-Mercé Marçal
De la antología bilingüe editada por El bardo


Subiré la tristeza a la buhardilla
con muñecas sin ojos, paraguas rotos,
carpetas derrotadas y viejas tarlatanas.
Bajaré los pledaños vestida de alegría
por arañas sin seso entretejida.

Tendré amor en migajas al fondo del bolsillo.

martes, octubre 04, 2005

Esta noche, cuando nadie nos mire,
voy a parar el tiempo.
Para morder tu corbata,
para contarte los poros,
para romper el tejido
absurdo de tu traje
y encontrarte el ombligo.

Esta noche
beberte la sangre si hace frío.
Coserte la piel con los dientes
para borrar huellas antiguas.
Dormir en tu espalda,
despertar en tu boca,
bailar en tu cintura.

lunes, septiembre 26, 2005

Rumores

Dicen de la voz de los poetas que puede romperse

en un amanecer de ruidos, esquirlas, alondras.


Dicen que a veces se escucha su voz rota

en mitad de la noche.


Dicen que si buceas en un bosque de astillas

quizé encuentres cada sueño que no intentaste.


Dicen que hilvanar el hilo de una promesa rota

puede salvarte la vida.


Dicen que incluso una ciudad gris

puede pintarse de colores: verde y azul, agua y maleza. . .

tu nombre y el mío.

domingo, junio 19, 2005

Juegos

Y cuando ella quiso dejar de jugar con las palabras, era ya tarde para el millar de golpes estampados contra las teclas sordas de un piano.

Llevaba dos días perdido entre códigos de colores, pasando del marfil al ébano y del cobalto al cielo.

Sus penas le zumbaban en el oído cada madrugada de cuatro a siete.

Era un charco dibujado sobre las notas de un concierto para chelo en do mayor.

Ella y su paraguas pintaron un columpio azul, y desde entonces juegan todos los niños del mundo.

No llores a menos que a las tres de la tarde de un quince de agosto escuches un silencio atravesar sin miedo la ventana entreabierta.

domingo, junio 12, 2005

Ilusión

Alberto salió a la terraza para darle a Laura un sobre con las fotos del verano. Laura las fue mirando despacio, con cuidado para no dejar la marca de los dedos.

- No hay ninguna en la que salgamos los dos.- Le dijo.- Cualquiera pensaría que no hemos estado juntos de vacaciones.

Alberto se arrancó un trozo de piel cuarteada por el sol. Revisó las fotos y entró de nuevo en casa.

Laura se quitó la camiseta y cerró los ojos. Quería aprovechar los últimos rayos de sol del verano. Había regresado de su viaje por Europa con la piel tan blanca como el plástico de la mesa.

viernes, junio 10, 2005

Vacío (mi ciudad)

Hay un dolor más primario

que el dolor de la muerte.

Hay un canto que se escucha

entre los hombres tristes.

Hay un rumor de prisa

que estrangula el ambiente.

miércoles, mayo 18, 2005

Lección de anatomía

Tomado de mi cocina literaria. Algunos cuentos los pienso y otros, como este, salen disparados ante un cuadro, una imagen, una palabra. Proceden de un lugar al que no tengo acceso. No sé si son mejores o peores, pero escribirlos es liberarme de algo.

Apoyada contra el tronco de un árbol, Albanta cerró los ojos un instante. Recordó el suave roce de las sábanas bajo su piel, la respiración pausada de un hombre a su lado. Un golpe de aire frío y húmedo la devolvió a la realidad. Tiró con fuerza de la espina clavada en su pie derecho y siguió caminando. Tenía que alcanzar el límite del bosque antes del amanecer, o todo estaría perdido para ella. Una punzada de dolor la hizo doblarse de pronto y caer al suelo. Tuvo una visión, Gabril tumbado en la fría mesa de mármol con el cuerpo rajado de arriba a abajo, los médicos dando una lección de anatomía. Ojalá todos ellos se pudrieran en vida, ojalá la carne se les vovliera blanda piel y se les cayera. En ese instante, y como había sucedido desde tiempos inmemoriales, un rayo cruzó el cielo e iluminó el camino de la bruja, mientras su maldición comenzaba a cumplirse. En la ciudad, los cirujanos que daban la lección de anatomía sobre el cuerpo de su amado dejaron a un lado los instrumentos, sintiéndose dioses por sus avances científicos. Ninguno de ellos imaginaba en ese momento que una extraña epidemia de lepra acabaría con sus vidas.

martes, mayo 10, 2005

Delirio

Nadie tendió una mano esta noche.

Nadie tocó tu frente para desmentir la fiebre.

Nadie vino a ofrecer su consuelo en un vaso de leche caliente.


La mañana llega desdibujada, y los poemas

tiritan muertos entre lo que nunca podrás expresar.

Sólo las voces vienen a despertarte;

sólo la triste comparsa del delirio apaga a estas horas tu rutina.


Sí se acordaron de las dos pastillas

apoyadas contra el borde de tu cerebro.

Ellas, tus voces, gritan más alto para que no las tomes.

Pero recuerdas los muros estrechos

de un hospital con batas verdes,

y diluyes con agua la amenaza

mientras te preguntas si aún puede soñar

la otra mitad de tu mirada.

domingo, mayo 08, 2005

Publicar... o no (II)

Es completamente lícita la motivación del escritor por vivir de aquello que más le gusta hacer, igual que lo es la de un arquitecto o un dibujante. Sin embargo, muy pocos lo consiguen, así que tiene que haber otra razón por la que el escritor necesita lectores.

Necesitarlos no quiere decir escribir pensando en ellos, salvo para esforzarse en ser inteligible. Escriben solo para los lectores los padres de los best-sellers. ¿Son mejores o peores por ello? Son menos literatura, porque en general las letras no surgen de sus entrañas sino de un análisis de mercado. En general, ya que el hecho de ser un superventas no implica poca calidad literaria.

Nunca he soñado con mi foto en la contraportada de un libro, ni con hablar de mis personajes delante de doscientaspersonas. Jamás me he planteado escribir por algo así; lo hago porque no puedo dejar de hacerlo. Claro que me gusta que se lean mis textos, es la única manera de saber lo que hago bien y lo que tengo que mejorar. Salvando las necesidades básicas (amor, seguridad, cobijo, alimento) no hay nada para mí tan importante como la literatura. Ha estado conmigo desde que era una renacuaja, y le da mucho sentido a mi vida; sin ella, no hab´ría sido nada remotamente parecido a lo que soy.

Casi todo el mundo pasa por varias fases en su escritura. La primera es una pura necesidad de expresarse a través de la palabra, de volcar sensaciones y sentimientos. Y en esa expresión termina el proceso, no hace falta ser leído.

La poesía es un paso más en ese deseo de entenderse, que puede o no buscar perfeccionarse sabiendo si es o no comprendida, si es o no universal.

La ficción es un aprendizaje, no tiene sentido si no es exacta, precisa, fuerte, níticda, si no transporta; por eso tiene que ir dirigida a un lector, a alguien que nos diga lo he visto, lo he vivido, leí tu cuento o tu novel ay estuve allí, comprendí a tus personajes y por unas horas viví en el mismo lugar que ellos.

domingo, abril 17, 2005

Despedida

Te paras delante del armario. Observas el brillo de la pintura blanca justo donde da la luz, la textura que las sombras provocan en las lamas. Cada una de ellas parece contener un año de tu vida. Empiezas a contarlas, pero no puedes pasar del veinte. Tiras del pomo, frío como la piedra; nunca había pesado tanto. El ruido de la puerta al abrirse se mezcla con unos pasos lejanos. No prestas atención. Te fijas en la chaqueta de lana, gruesos puntos color ciruela. Viste cómo tu abuela la tejía una y otra tarde, los ovillos encima del sillón, las piernas enfermas junto al brasero. Alargas la mano para quitar una pelusa, y al alcanzarla escuchas su voz pronunciando tu nombre, vuelves a ver su sonrisa y sientes que todo está bien. Otra vez los pasos en el salón; ahora no puedes ignorarlos. Cierras la puerta del armario y te preguntas quién es. Intentas salir de la habitación, pero la distancia parece demasiado grande, apenas puedes caminar. La luz que se enciende te hace daño en los ojos: sabes que alguien ha entrado en el cuarto, y sin embargo no puedes verlo. Quieres preguntar pero las palabras ya no te pertenecen, ahora tendrás que inventar otra forma de comunicarte. La luz se apaga y los pasos se alejan de nuevo. Te paraliza el timbre del teléfono, y escuchas por última vez la voz entrecortada de tu madre mientras la habitación se desdibuja:

- sí, mañana a las doce, en la iglesia de San Nicolás.

Diferencias entre un político y un poeta

El poeta puede decir patria, bandera, pueblo, sudor, entraña, tierra.
El político consulta su manual de estilo antes de aventurar, tímidamente, nación o estado.

El poeta puede equivocarse, dudar, admirar a otro poeta y reconocerse un aprendiz.
El político, al que no creemos porque nunca falla, es siempre
lo mejor de cada casa.

El poeta recoge el legado de otros tiempos, admira y exalta las obras anteriores
El político borra todo lo bueno antes de él para dejar sólo las miserias.

El poeta se desnuda ante los hombres. Canta sus dudas, alienta su esperanza.
El político manipula al hombre.

Este texto pertenece a mi cocina literaria; está sin terminar, pero me parecía oportuno, al hilo de las últimas reflexiones sobre la posibilidad o no de separar literatura y política.

martes, abril 05, 2005

Silencio

A veces me muerden las palabras que no digo;
me van royendo los años y la sombra de los pies.

Mientras duermo ladran
los guardianes del silencio;
y sé que en algunas madrugadas
se despierta la otra,
la que no soy,
con ganas de gritar hasta romperse la garganta.

Al amanecer, con el sabor amargo del café y los silencios,
me pregunto en qué noche, detrás de qué ventanas
se me perdió la otra.

domingo, abril 03, 2005

El ángelus



- El ángel del Señor anunció a María.

Repitieron las palabras al unísono y bajaron la cabeza para rezar, pero ninguno de los dos fue capaz de concentrarse en la oración. Ella cerró los ojos primero, apretó con fuerza las manos y buscó en su interior la razón para no hundirse en la tierra y desaparecer de su faz. Pierre se quitó el sombrero, la miró y cerró los ojos pensando si podía consolarla.

El cielo enrojecido y las apretadas nubes anunciaban tormenta desde el día anterior, y sin embargo no llegaba el ansiado agua. El ambiente estaba tan cargado que el trigo reseco se mantenía erguido, como si quisiera tocar el cielo.

Marie abrió los ojos un segundo y vio el pueblo; no quería volver a sus hijos hambrientos, a los vecinos enfurecidos. La estación de las lluvias había pasado sin hacer honor a su nombre, y los campesinos estaban tan crispados como el aire.

Pierre consiguió murmurar un rezo; quedaba algo de esperanza en sus palabras. Volvió a ponerse el sombrero y alargó la mano para sacar a su esposa de la desesperación. Tardó unos segundos en tocarla; casi prefería dejarla allí y enfrentarse él solo a las bocas hambrientas. Al dolor del mayor, que se volvía cuando su estómago sonaba para no perturbar a los otros. Al silencio de la niña, tan parecida a su madre. Al llanto inconsolable del más pequeño.

Pierre buscó una palabra que acompañase a su gesto, pero no halló nada. Cobijó las manos de Marie entre las suyas, quiso reducirla a esas manos para poder protegerla. Una lágrima mojó su mano. “No llores más, mi amor. No pueden quedarte más lagrimas”. Pensó, y cuando iba a decirlo se dio cuenta de que las lágrimas no caen tan seguidas. Miró hacia el cielo, tal vez el milagro. Una gota, luego otra. El ruido ensordecedor del trueno tantas horas, tantos días, tantos meses anhelado.

Ella abrió los ojos, como saliendo de un sueño. Primero vio las manos de su esposo; luego las sintió. Después supo de la lluvia en ellas. Le miró unos segundos para confirmar que era cierto, que seguían en el campo y la vida volvería. Al verle sonreir cayó de rodillas al suelo, arrancó con furia un manojo de hierba seca y fue la mujer, la madre, la esposa más feliz del mundo.

Seleccionado para publicación en el III concurso de relatos Luis del Val (Sallent de Gállego)

sábado, abril 02, 2005

Publicar... o no

Me levanto por la mañana y en medio del salón hay un mago bajito, con sombrero puntiagudo y traje azul marino lleno de estrellas amarillas. Le ignoro hasta que me he tomado un buen café, y cuando después de tirarle de la barba compruebo que parece real, me siento a escucharle. Viene a concederme un deseo; según lo que responda, tendré la certeza de que todo lo que escriba a partir de ahora va a publicarse o, por el contrario, de que jamás se publicará nada. La pregunta es cómo afectaria a mi escritura cada una de las opciones.; la única condición, la sinceridad.

Creo que el primer caso cambiaria mi forma de ver la escritura. Perdería la ilusión; puede que me sintiera demasiado responsable, que midiera cada palabra antes de ponerla sobre el papel; puede que, incluso, antes o después dejara de escribir para no atormentar al mundo con mis textos menos logrados.

En cambio en el segundo caso me sentiría más libre, no pensaría en los resultados y experimentaría con el lenguaje hasta encontrar todos mis límites; puede que incluso escribiera más que ahora, porque sería solo un juego, mi juego, liberada por fin del deseo de que la escritura no se convirtiera nunca en la obligación de escribir un libro más, un verso más, algo mejor que lo anterior.

El mago se ha ido; volverá pronto con la respuesta.