domingo, abril 17, 2005

Despedida

Te paras delante del armario. Observas el brillo de la pintura blanca justo donde da la luz, la textura que las sombras provocan en las lamas. Cada una de ellas parece contener un año de tu vida. Empiezas a contarlas, pero no puedes pasar del veinte. Tiras del pomo, frío como la piedra; nunca había pesado tanto. El ruido de la puerta al abrirse se mezcla con unos pasos lejanos. No prestas atención. Te fijas en la chaqueta de lana, gruesos puntos color ciruela. Viste cómo tu abuela la tejía una y otra tarde, los ovillos encima del sillón, las piernas enfermas junto al brasero. Alargas la mano para quitar una pelusa, y al alcanzarla escuchas su voz pronunciando tu nombre, vuelves a ver su sonrisa y sientes que todo está bien. Otra vez los pasos en el salón; ahora no puedes ignorarlos. Cierras la puerta del armario y te preguntas quién es. Intentas salir de la habitación, pero la distancia parece demasiado grande, apenas puedes caminar. La luz que se enciende te hace daño en los ojos: sabes que alguien ha entrado en el cuarto, y sin embargo no puedes verlo. Quieres preguntar pero las palabras ya no te pertenecen, ahora tendrás que inventar otra forma de comunicarte. La luz se apaga y los pasos se alejan de nuevo. Te paraliza el timbre del teléfono, y escuchas por última vez la voz entrecortada de tu madre mientras la habitación se desdibuja:

- sí, mañana a las doce, en la iglesia de San Nicolás.

Diferencias entre un político y un poeta

El poeta puede decir patria, bandera, pueblo, sudor, entraña, tierra.
El político consulta su manual de estilo antes de aventurar, tímidamente, nación o estado.

El poeta puede equivocarse, dudar, admirar a otro poeta y reconocerse un aprendiz.
El político, al que no creemos porque nunca falla, es siempre
lo mejor de cada casa.

El poeta recoge el legado de otros tiempos, admira y exalta las obras anteriores
El político borra todo lo bueno antes de él para dejar sólo las miserias.

El poeta se desnuda ante los hombres. Canta sus dudas, alienta su esperanza.
El político manipula al hombre.

Este texto pertenece a mi cocina literaria; está sin terminar, pero me parecía oportuno, al hilo de las últimas reflexiones sobre la posibilidad o no de separar literatura y política.

martes, abril 05, 2005

Silencio

A veces me muerden las palabras que no digo;
me van royendo los años y la sombra de los pies.

Mientras duermo ladran
los guardianes del silencio;
y sé que en algunas madrugadas
se despierta la otra,
la que no soy,
con ganas de gritar hasta romperse la garganta.

Al amanecer, con el sabor amargo del café y los silencios,
me pregunto en qué noche, detrás de qué ventanas
se me perdió la otra.

domingo, abril 03, 2005

El ángelus



- El ángel del Señor anunció a María.

Repitieron las palabras al unísono y bajaron la cabeza para rezar, pero ninguno de los dos fue capaz de concentrarse en la oración. Ella cerró los ojos primero, apretó con fuerza las manos y buscó en su interior la razón para no hundirse en la tierra y desaparecer de su faz. Pierre se quitó el sombrero, la miró y cerró los ojos pensando si podía consolarla.

El cielo enrojecido y las apretadas nubes anunciaban tormenta desde el día anterior, y sin embargo no llegaba el ansiado agua. El ambiente estaba tan cargado que el trigo reseco se mantenía erguido, como si quisiera tocar el cielo.

Marie abrió los ojos un segundo y vio el pueblo; no quería volver a sus hijos hambrientos, a los vecinos enfurecidos. La estación de las lluvias había pasado sin hacer honor a su nombre, y los campesinos estaban tan crispados como el aire.

Pierre consiguió murmurar un rezo; quedaba algo de esperanza en sus palabras. Volvió a ponerse el sombrero y alargó la mano para sacar a su esposa de la desesperación. Tardó unos segundos en tocarla; casi prefería dejarla allí y enfrentarse él solo a las bocas hambrientas. Al dolor del mayor, que se volvía cuando su estómago sonaba para no perturbar a los otros. Al silencio de la niña, tan parecida a su madre. Al llanto inconsolable del más pequeño.

Pierre buscó una palabra que acompañase a su gesto, pero no halló nada. Cobijó las manos de Marie entre las suyas, quiso reducirla a esas manos para poder protegerla. Una lágrima mojó su mano. “No llores más, mi amor. No pueden quedarte más lagrimas”. Pensó, y cuando iba a decirlo se dio cuenta de que las lágrimas no caen tan seguidas. Miró hacia el cielo, tal vez el milagro. Una gota, luego otra. El ruido ensordecedor del trueno tantas horas, tantos días, tantos meses anhelado.

Ella abrió los ojos, como saliendo de un sueño. Primero vio las manos de su esposo; luego las sintió. Después supo de la lluvia en ellas. Le miró unos segundos para confirmar que era cierto, que seguían en el campo y la vida volvería. Al verle sonreir cayó de rodillas al suelo, arrancó con furia un manojo de hierba seca y fue la mujer, la madre, la esposa más feliz del mundo.

Seleccionado para publicación en el III concurso de relatos Luis del Val (Sallent de Gállego)

sábado, abril 02, 2005

Publicar... o no

Me levanto por la mañana y en medio del salón hay un mago bajito, con sombrero puntiagudo y traje azul marino lleno de estrellas amarillas. Le ignoro hasta que me he tomado un buen café, y cuando después de tirarle de la barba compruebo que parece real, me siento a escucharle. Viene a concederme un deseo; según lo que responda, tendré la certeza de que todo lo que escriba a partir de ahora va a publicarse o, por el contrario, de que jamás se publicará nada. La pregunta es cómo afectaria a mi escritura cada una de las opciones.; la única condición, la sinceridad.

Creo que el primer caso cambiaria mi forma de ver la escritura. Perdería la ilusión; puede que me sintiera demasiado responsable, que midiera cada palabra antes de ponerla sobre el papel; puede que, incluso, antes o después dejara de escribir para no atormentar al mundo con mis textos menos logrados.

En cambio en el segundo caso me sentiría más libre, no pensaría en los resultados y experimentaría con el lenguaje hasta encontrar todos mis límites; puede que incluso escribiera más que ahora, porque sería solo un juego, mi juego, liberada por fin del deseo de que la escritura no se convirtiera nunca en la obligación de escribir un libro más, un verso más, algo mejor que lo anterior.

El mago se ha ido; volverá pronto con la respuesta.