viernes, diciembre 16, 2005

Entro en la cocina. Ella no se mueve, quizá ni siquiera se de cuenta de que estoy aquí. Sonríe mirando hacia la ventana; me gusta su pelo, largo y canoso. En la radio suena “Save the last dance for me”. Yo sólo veo en la ventana el vapor de un guiso, pero sobre el cristal bailan para ella seres de otros tiempos. La olla borbotea: un ruido apenas perceptible, termina la canción y el locutor comenta algo sobre la próxima fiesta de primavera. Me mira sin decir nada, apaga el fuego y retira con cuidado la comida; vuelve frente a la ventana. Pronto el pequeño Alex regresará del colegio, entrará a abrazarla y ella le dará un beso en la frente. Él subirá a dejar su cartera en la habitación y bajará saltando las escaleras de dos en dos para sentarse en la mesa. Las formas de la ventana se disiparán durante un rato, y la tía escuchará sin hablar las novedades de hoy. Después se quedará sentada unos minutos dando vueltas a la vieja cuchara de plata; la tetera empañará otra vez los cristales, y en la radio sonarán los Beatles mientras las figuras vuelven a bailar. Algún vecino pasará junto a la ventana y sentirá lástima al ver esa sonrisa callada al otro lado; yo sólo siento envidia porque no puedo ver a nadie danzar sobre los cristales.