martes, enero 03, 2006

Hay un tanque cubierto de hojas aparcado frente a la embajada de Gran Bretaña; unos metros más abajo, el mendigo de todos los días apura los últimos tragos de un cartón de vino. La muchacha que hoy tiene turno de noche le ofrece un cigarrillo al pasar. A la misma hora un joven disfrazado con traje termina la jornada laboral; con el nuevo año ha ganado algunos kilos y ha perdido el gesto de aflojarse la corbata. La muchacha recuerda unas manos en su piel, manos que la mujer que con mal gesto se coloca el moño ha olvidado hace mucho tiempo. Colgado del brazo opuesto, su marido repasa mentalmente las facturas mientras se repite que va a matar al proveedor, pero contiene la ira cuando siente una punzada en el pecho y la imagen amenazadora del médico borra el recuerdo de las facturas. A esa misma hora el médico toma un sándwich de diez minutos con el residente, mientras compadece internamente la falta de experiencia del chaval. El chaval compadece la falta de ilusión del médico, y mira de reojo la pantalla del móvil por si tiene algún mensaje de la muchacha, algún mensaje de su piel.