Tiene los ojos verdes. Cansados. Sonríe sin mucho esfuerzo; no importa si está bien o mal. “Espero que esa sonrisa no se borre nunca de tu cara”, le dijo en el primer mensaje. No se borrará; no por él. Se mira en el espejo y tiene la sensación de estar otra vez de vuelta en el mundo, después de unas semanas extrañas. Demasiado literarias; cuando tu vida se convierte en una novela y tú no quieres ser el personaje principal. A partir de ahora, tendrá más cuidado con las situaciones en las que pone a los protagonistas de sus novelas y de sus cuentos.
Pero se ve bien, a pesar del cansancio. Tiene el pelo largo, ondulado, y lleva una trenza de cuero, signo de rebeldía a pesar de sus treinta años. Le gusta poder mirarse en el espejo y hacer preguntas; sentarse a escribir. Hace solo una semana no hubiera podido. Le gusta ver cómo sus manos se mueven deprisa por el teclado del ordenador. Si se pudiera resumir en algo sería en los ojos, el pelo, la sonrisa. La nariz, por ejemplo, nunca fue importante. En esos ojos está parte de la gente que se ha ido; por ellos intenta mirar el mundo. Lo leyó en algún sitio, no es original; que los que se fueron ven el mundo a través de nuestros ojos.
No sé qué hay en su mirada; interés, ternura quizá. Miedo, ya no. Antes sí. Y un poso de tristeza; pero esa tristeza, que ahora es más intensa, quizá tenga que permanecer siempre, porque es parte de ella. Igual que las ganas de vivir. Que no se irán nunca, que siempre vuelven. Le gusta el mar. Y los abrazos sinceros. Le gusta compartirse, recordar a la gente que quiere. Le gusta sentir una soledad que no está sola, que lleva siempre las manos amigas, las caricias, los besos, las respuestas. Y un montón de preguntas, que no quiere que desaparezcan nunca. No sabe caminar por la vida con todas las preguntas resueltas.
Le gustan sus ojos cerrados, cuando sueña. Le gusta ese espacio entre dos mundos en el que teje, igual que cuando escribe. En el que se deja llevar, como si navegara sola, tumbada, dormida en un barco que no tiene rumbo. Le gusta desperezarse cuando sale el sol, arrimar el barco a la orilla y volver a caminar por él; pero también perderse, a menudo. No sabría vivir completamente sola ni siempre acompañada. Se inventa cada mañana, y a la vez intenta ser fiel a lo que va siendo.
Le gusta emocionarse con cosas pequeñas, y, sobre todo, adivinar la esperanza. Como llegar a casa y ver a un pintor que borra los restos del incendio, y que las paredes vuelvan a ser blancas. Aunque nadie venga a pintarlas de azul y verde; el blanco, que nunca le gustó, ahora parece el mejor color del mundo. Le gusta que los días sean más largos, aunque luego añorará los días fríos y cerrados del invierno.
Le gusta bailar, y caminar bajo la lluvia. Siempre sin paraguas. Y lanzarse al mar desde un acantilado, sobrevolarlo para volver más llena. Le gusta escribir cartas, reales o imaginarias. Recordar sin añoranza. Le gusta, sobre todo, no tener prisa. Ni planes. Hace años que intenta soñarse volando entre las estrellas, pero no lo consigue. Cuando quiere a alguien le gusta cerrar los ojos y, antes de dormir, imaginar que entraba por la ventana y se tumba a su lado, solo para velar sus sueños.
Le gustan las metáforas, que son como darle la vuelta a las cosas, como convertirlas un poco en poesía. Le gusta emocionarse con alguien, cantar a voz en grito por la calle. Conquistar el monte, sumergirse en el mar. El mejor lugar, si le preguntaran, bajo el agua. Siempre bajo el agua. Por eso no sabe vivir en esta ciudad en la que imagina un horizonte con barcos, cerca de la gente que, aunque viva aquí, está a kilómetros de distancia.
Pero se ve bien, a pesar del cansancio. Tiene el pelo largo, ondulado, y lleva una trenza de cuero, signo de rebeldía a pesar de sus treinta años. Le gusta poder mirarse en el espejo y hacer preguntas; sentarse a escribir. Hace solo una semana no hubiera podido. Le gusta ver cómo sus manos se mueven deprisa por el teclado del ordenador. Si se pudiera resumir en algo sería en los ojos, el pelo, la sonrisa. La nariz, por ejemplo, nunca fue importante. En esos ojos está parte de la gente que se ha ido; por ellos intenta mirar el mundo. Lo leyó en algún sitio, no es original; que los que se fueron ven el mundo a través de nuestros ojos.
No sé qué hay en su mirada; interés, ternura quizá. Miedo, ya no. Antes sí. Y un poso de tristeza; pero esa tristeza, que ahora es más intensa, quizá tenga que permanecer siempre, porque es parte de ella. Igual que las ganas de vivir. Que no se irán nunca, que siempre vuelven. Le gusta el mar. Y los abrazos sinceros. Le gusta compartirse, recordar a la gente que quiere. Le gusta sentir una soledad que no está sola, que lleva siempre las manos amigas, las caricias, los besos, las respuestas. Y un montón de preguntas, que no quiere que desaparezcan nunca. No sabe caminar por la vida con todas las preguntas resueltas.
Le gustan sus ojos cerrados, cuando sueña. Le gusta ese espacio entre dos mundos en el que teje, igual que cuando escribe. En el que se deja llevar, como si navegara sola, tumbada, dormida en un barco que no tiene rumbo. Le gusta desperezarse cuando sale el sol, arrimar el barco a la orilla y volver a caminar por él; pero también perderse, a menudo. No sabría vivir completamente sola ni siempre acompañada. Se inventa cada mañana, y a la vez intenta ser fiel a lo que va siendo.
Le gusta emocionarse con cosas pequeñas, y, sobre todo, adivinar la esperanza. Como llegar a casa y ver a un pintor que borra los restos del incendio, y que las paredes vuelvan a ser blancas. Aunque nadie venga a pintarlas de azul y verde; el blanco, que nunca le gustó, ahora parece el mejor color del mundo. Le gusta que los días sean más largos, aunque luego añorará los días fríos y cerrados del invierno.
Le gusta bailar, y caminar bajo la lluvia. Siempre sin paraguas. Y lanzarse al mar desde un acantilado, sobrevolarlo para volver más llena. Le gusta escribir cartas, reales o imaginarias. Recordar sin añoranza. Le gusta, sobre todo, no tener prisa. Ni planes. Hace años que intenta soñarse volando entre las estrellas, pero no lo consigue. Cuando quiere a alguien le gusta cerrar los ojos y, antes de dormir, imaginar que entraba por la ventana y se tumba a su lado, solo para velar sus sueños.
Le gustan las metáforas, que son como darle la vuelta a las cosas, como convertirlas un poco en poesía. Le gusta emocionarse con alguien, cantar a voz en grito por la calle. Conquistar el monte, sumergirse en el mar. El mejor lugar, si le preguntaran, bajo el agua. Siempre bajo el agua. Por eso no sabe vivir en esta ciudad en la que imagina un horizonte con barcos, cerca de la gente que, aunque viva aquí, está a kilómetros de distancia.
9 comentarios:
muy identificador... hablo de mi, claro. ;)
saludos
¡Cuánto tiempo sin escucharte!
Da gusto volver a casa.
Saludos,
Lidia
¿Le gusta bailar? es posible, mas me sorprende que sea algo reseñable de ella.
Saludos
Un amigo olvidado
... si el cansancio
rasga tu madrugada
harás con ella un laúd
para que cante
tu mirada esmeralda
la magia llamando al mañana eterno...
tu tristeza no es más que la metáfora en la que escondes tu ansiada aventura
los barcos que nombran el hechizo
en tu alma repleta de caricias
un verso que repta
un beso que suspira
tu anhelo y tu lira
la noche y tu misterio
¿Se le ha muerto la musa o se la han asesinado? ¿Quién dijo que fuera fácil?
A lo mejor mudó de casa, pero sigue luneado por ahí, lo que pasa que con otros paisajes y otros amigos... Me alegro en eses caso...
A lo mejor está en fase Guadiana... No se preocupe. Si el río lleva agua tenderá a aflorar, es solo cuestión de tiempo.
A lo mejor tuvo familia.
A lo mejor es ejecutivo de la Gerenal Motors
A lo mejor se le rompió en corazón y aún no lo ha pegado
A lo mejor está viviendo en laponia
A lo mejor se ha marchado definitivamente a la luna y nos ha abandonado.
Espero haberle hecho esbozar una sonrisa. Recuerdo que una ver le provoqué una risa. Ahora no estamos para tanto, pero bueno, se hace lo que se puede....
Más de una sonrisa, gracias. Un poco de todo; Laponia no, pero estuve cerca... Pegando el corazón, también. Cada vez es más sencillo, aunque creo que pego los trozos de cualquier manera y lo voy destartalando, y ahora quizá se parezca más al de un mago que perdió el sentido de lo coherente con la última paloma despistada que voló de su chistera.
Por lo demás, sigo luneando por otros universos, si deja usted una miguita de pan desde la que pueda guiarle hasta allí...
De nada por las sonrisas.
Pues hala, a seguir luneando por ahí. Quién dijo miedo. Lunee usted sin prisa pero sin pausa, sobre todo disfrutando del luneo, al final éso será lo único que se lleve. No se ponga metas, concéntrese en lunear todos los días, pero no fije una fecha para el alunizaje, los plazos rígidos no suelen llevar más que a la frustración, que no por mucho lunear amanece más trempano; además, ya se sabe que no hay luna, se hace luna al lunear. Mantenga constantemente la cabeza en la luna pero los pies en la tierra: al pan, pan, y a la luna, luna. Pues eso, luneando que es gerundio, a dios rogando y mientras tanto luneando... Y vaya usted a saber, luneando, luneando...
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